Una Final Mundial
Campeonato Mundial de Fútbol en el país vecino
I El viaje
Apenas concluido con victoria para Argentina el partido contra Croacia por la semifinal del campeonato mundial de fútbol, un par de llamadas telefónicas de ida y vuelta con mi amigo “el Flores” bastó para que decidiéramos ir a apoyar in situ a los hermanos argentinos, no a Catar, precisamente, sino a la cercana ciudad de Mendoza. Así, el sábado 17 de diciembre abordábamos el avión, listos para registrar la histórica final desde la perspectiva del pueblo mendocino.
No más aterrizar en el aeropuerto y una vez realizados los trámites de rigor, nos dimos cuenta de la escenografía imperante; banderas, hombres y mujeres con camisetas de la selección y, cosa curiosa, los respaldos de las butacas de descanso para los viajeros en el terminal aéreo, impresas con las camisetas numeradas de la selección.
Eran la cinco de la tarde y, al salir al exterior, una bocanada de aire caliente nos recibió como la exhalación de un dragón, una brisa caldeada por la acción de un sol inclemente. A la vez, al mirar hacia la cordillera, se acumulaban cúmulos de densas nubes; oscuras, amenazantes, que presagiaban la posibilidad de tormentas.
La primera tarea fue esquivar las ofertas de taxistas y la tentación de las aplicaciones para taxis alternativos, y esperar el bus de recorrido local que, una vez abordado y en un ágil recorrido, junto a una económica tarifa, permite ir adentrándose en la ciudad por descubrir, en una primera aproximación.
Dice Michel Onfray, en su libro “Teoría del viaje” que la riqueza de éste, la riqueza del viaje, necesita con anterioridad la densidad de una preparación, en cómo se dispone uno a las experiencias espirituales invitando a su alma a la apertura. Es obvio que, en esta travesía, y derivadas de sus motivaciones, esta necesaria preparación no existe, no obstante, siguiendo las reflexiones del mismo Onfray, nos sentimos emparentados a su discurso, en cuanto… en el viaje, descubrimos solamente aquello de lo que somos portadores. El vacío del viajero fabrica la vacuidad del viaje; su riqueza produce su excelencia.
Y la excelencia se logra en el cultivo de la amistad, en la conversación sin caretas, en hacer añicos las diferencias y resquemores, especialmente en lo relacionado al fútbol, hábilmente explotadas por cuñas de medios de información o eslóganes publicitarios. Así, una vez establecidos en un hostal, nos dimos a la tarea de caminar la ciudad. De primeras llama de inmediato la atención lo bien cuidadas de sus numerosas plazas, el movimiento en sus calles, el dinamismo y diversidad del comercio, la inmensa cantidad de restoranes, cafeterías y heladerías, todas atestadas de público, y donde el tema de conversación es el mismo, la final del día siguiente contra Francia, el actual campeón del mundo. Resalta dentro del comercio local, la prolijidad e innovación en la decoración de interiores; puestas en escena llamativas, primer gancho para cautivar al potencial cliente, en esta ocasión, decoraciones relativas al gran evento que ad portas, acapara la atención.
Desconectados de la internet, la utilidad de un plano de la ciudad es incontrarrestable, pero aún con él en tus manos, es imposible en este primer auscultar de sus calles, el no desorientarse. Y en este fugaz extravío, al pedir ayuda a un ocasional transeúnte, surge el primer personaje de este viaje, al que apodamos Mendocita Muzzarella, personaje que se nos cruzaría nuevamente en nuestra última noche en la ciudad. El hombre, además de indicarnos la calle por la cual preguntamos, se identificó como veterano de las Malvinas, y nos emplazó con la pregunta de si acaso éramos políticos, en un tono crudo que reflejaba la personalidad de un ser de malas pulgas. En un verdadero bombardeo de frases, se explayó en hechos no reconocidos oficialmente, presuntamente acaecidos durante la mentada guerra, que involucraban a tropas del ejército chileno. -Averigüen sobre el BIM 5-nos dice, y cómo destrozaron a los gurkas. El sujeto, que cubría su boca con un maltrecho barbijo y que por sus dichos y su manera de comportarse en una primera impresión parecía tener una teja corrida, dio dos pasos atrás cuando insinué acercarme, preocupado por la posibilidad de un ataque del virus pandémico, y rápidamente siguió su camino portando en sus manos la caja con su muzzarella.
Ya en la noche, y cuando volvíamos al hostal, los truenos y relámpagos anunciaron tormenta y, en un dos por tres, un descomunal aguacero se dejó caer, obligándonos a guarecernos en calle Sarmiento en el interior de un café, El Gran Jack, local que obviamente lucía una decoración concerniente a la gran final.
II – El gran día
Domingo. Salimos del hostal a las 10 de la mañana y desayunamos en un café de San Martín con Colón. Las medialunas mendocinas resultan el acicate ideal para afrontar la jornada, en el amanecer de un cielo límpido en el cual no quedan resabios de la tormenta de la noche anterior. Ubicados en el exterior del local, observamos el creciente ajetreo de un domingo especial. Desde nuestra posición llama nuestra atención los movimientos de un hombre mayor; delgado, escasos cabellos grises por el avance de la calvicie, vestido con un pantalón azul ancho, polera y zapatillas rojas y una cazadora gris sin mangas, además de cubrir su boca con un barbijo, que hacía resaltar por la tensión de los tirantes sus dos grandes orejas. El hombre, ubicándose en el centro del cruce de las dos arterias, se esmeraba en la venta de periódicos, moviéndose hacia las cuatro vías. Al poco rato, conversábamos con él una realidad repetida y común a todos los países desde la irrupción de los teléfonos inteligentes, y constatamos el cambio cultural, al ser cada vez menos los lectores de periódicos en papel. Su nombre: José María.
- Le cuento, amigo. Hace veinte años yo vivía sólo de esto. Me instalaba todos los días con una ruma de periódicos en la esquina. No tenía ni que moverme y en un rato se vendían todos.
- Y, ¿Cómo le va ahora? Veo que ha vendido una buena cantidad.
José María menea su cabeza en un gesto de resignación.
- Ja. Esta cantidad que traje no es ni la octava parte de lo que vendía antes. Y que conste que debo moverme de un lado a otro según cambia el semáforo. Antes no me movía, ahora tengo que cazar a los clientes.
- Pero, ¿le alcanza para vivir?
- -No. Imposible. Además de esto atiendo un pequeño quiosco que heredé de mi padre. Si no fuera por eso, no sé qué haría, y ya tengo 62 años. ¡Está difícil la vida!
Después de quitarle unos minutos a los afanes de José María, lo dejamos en su faena, nos despedimos y enfilamos rumbo hacia Plaza España, allí, en el bar The Most, en la esquina de 9 de Julio con Montevideo, nos espera Jun Carrizo, joven poeta que conocí hace unos cuatro años en Putaendo, en el valle de Aconcagua, y al que contacté para la ocasión. Por las calles circula una cantidad creciente de hinchas que llevan puesta en su mayoría la camiseta de la selección, al ritmo de las vuvuzelas que tocan ellos mismos o los vendedores ambulantes que ofrecen un abanico de productos; camisetas, gorros, sombreros, banderas, las mencionadas cornetas que se pusieron de moda en el mundial de Sudáfrica. Una procesión de hombres, mujeres, niños, que alegres y esperanzados, entonan cánticos mientras se dirigen al sitio desde donde seguirán el encuentro.
Llegamos alrededor de las 11,40 a.m. a plaza España, una plaza que nos sorprende por su belleza, con una decoración que nos trasporta hacia el país ibérico; mayólicas, el patio andaluz, sus pisos cerámicos brillantes, faroles de hierro, el monumento y la fuente central, conjunto al que se suma una vegetación variada, y que hace del todo, un sitio realmente acogedor, tan acogedor que, al tener al frente el bar desde donde seguiremos el partido, nos invita a permanecer en su regazo.
III De cerezas y cervezas
Cruzamos la calle y vemos que, desde el bar, camina hacia nosotros un joven; de cabello negro desordenado y barba frondosa, nariz prominente, la expresión de sus ojos habla de un mundo interior bullente. Al encontrarnos, me abraza. Es el poeta Jun.
Nos sumamos a la gente que- ubicada en el interior o afuera de la casa esquina que alberga al bar y en el cual han instalado pantallas de televisión a uno y otro lado-, se apresta con claro nerviosismo, pero acompañando con cánticos y vítores, a apoyar a su selección a escasos 15 minutos del encuentro, minutos que aprovechamos para compartir. Ya se ha corrido la voz que dos chilenos, al parecer periodistas, siguen el encuentro desde el local. El hecho causa extrañeza, dada las secuelas que han dejado en el orgullo argentino los dos campeonatos de América que la selección chilena obtuvo a costa de Argentina. Sucesos pasados que hicieron mella, sobre todo por la conducta, para ellos humillante, de algunos de nuestros futbolistas. Pero prontamente se disiparon posibles desconfianzas, y éramos todos uno apoyando a la albiceleste. Fue el momento de bromas y de conocernos, apoyados por Jun, nuestro anfitrión. Uno de los locuaces grupos estaba constituido por migrantes internos; mujeres y hombres provenientes en este caso de Tucumán, del norte argentino, recalados en Mendoza para trabajar en la cosecha de la cereza, uno de los cultivos mayoritarios de la zona.
A medida que el calor aumenta, se multiplican los pedidos de cervezas. Se me acerca un hombre joven de tez morena y de cabellos negros, pero ligeramente entrecanos en los costados, con una chela en la mano se muestra alegre y conversador, y de manera llana cuenta su experiencia de vida. Le pregunto su nombre, y al decírmelo, da pie para una primera broma.
- Me llamo Cristian Flores- dice el nuevo amigo. No lo pienso dos veces, llamo a mi partner Flores que toma fotografías. Los presento y digo a los demás. – Lo que tienen acá es lo que se llama… ¡Un ramo de Flores! -, y nos contagiamos todos en una sola carcajada.
Cristian cuenta que en Tucumán no hay trabajo, que la pobreza abunda, y que hay que rebuscárselas buscando trabajos temporales en otras provincias. Una historia que se repite en nuestros países de América Latina. Entonces se conversa de oportunidades y educación, de capitalismo salvaje y explotación, a cinco minutos del partido que aliviará éstas y otras heridas. El fútbol, un bálsamo en la vida de la pobrecía.
- Mirá- me dice-. Nuestra vida es de ir de un lugar a otro. Hay que estar donde haya laburo.
- ¿De cuántas horas son las jornadas? -pregunto.
- Por el calor empezamos a las 6 a.m. y terminamos a las 14 horas. Quién pueda puede seguir, pero es pesado.
- ¿Y rinde el esfuerzo?
- ¡Claro! Yo, que no soy rápido puedo llegar en un día hasta unos 15000 pesos, con suerte si estoy inspirado llego a 20000. Pero, por ejemplo, mi compadre, el flaco que está ahí es bala, hace fácil los 40000. Es buena guita. Arrendamos donde vivir entre todos, hombres y mujeres, es la única manera. Ahora acabó la cosecha en Mendoza, iremos por la de Santa Cruz, que comenzó más tarde.
Cristian vuelve a su grupo y esta vez es Carlos quien se hace presente. Se queja del alza en el costo de la vida, que grafica con un ejemplo: Ha subido mucho la línea.
Ya en nuestra llegada nos habíamos percatado de la gran cantidad de líneas de buses que conectan los diferentes barrios de Mendoza, al igual que el recorrido del Metrotranvía, que utiliza la vía férrea del otrora tren transandino, que antaño unía Chile con Argentina, e ingenuamente pensé que se trataba del alza de alguno de estos servicios, pero un gesto de Carlos, llevándose el dedo índice de forma perpendicular a la nariz y simulando que aspiraba, aclaró de qué alza se trataba, haciendo ver esa otra realidad común de nuestros países, y que es la masificación, transversal en clases sociales, de la droga, la delgada línea blanca tan difícil de cortar.
IV El triunfo de Argentina y el partido de Jun
Mediodía en Argentina y todas las miradas están puestas en las pantallas. Las selecciones en el campo de juego y la consabida ceremonia de entrada. En la calle y dentro del bar, se escucha el himno argentino entonado con fervor. Luego, al ritmo de cánticos y vuvuzelas, en Catar, las selecciones se prestan para entrar en acción. En Mendoza todo es nerviosismo y jolgorio, cantan y saltan hombres y mujeres apoyando a su selección, la bautizada Scaloneta.
Al comenzar el partido, a los pocos minutos Jun se levanta de la silla y comienza su ritual de caminatas; va y vuelve, entra al local, regresa, mira de reojo la pantalla, cubre su rostro con la camiseta argentina que lleva en sus manos, que luego hace girar en alto vitoreando el buen comienzo de la selección, que juega con disciplina, tocando y agregando velocidad a sus sorpresivos desplazamientos. La tensión se nota en los rostros, como si las sillas tuvieran resortes, la mayoría de los presentes se levanta a ratos, ya sea para pedir otra cerveza o refresco, o solamente disipar el nerviosismo. Así, al sobrepasar los veinte minutos, cuando en un desborde en el área de Di María éste cae tocado por un rival y el árbitro cobra penal, la algarabía se desata; gritos, cantos, abrazos. Mujeres, hombres, niñas y niños se mantienen expectantes cuando Messi, el ídolo, se ubica para el lanzamiento. Jun muerde la bandera. Jun se cubre el rostro. Jun se levanta y da la espalda al televisor. Messi se acerca al balón y patea. El balón en la red y explota Mendoza. Los tucumanos saltan alborozados, abrazos van y vienen, mientras los vasos de cerveza se condimentan con la espuma que lanzan los hinchas, espuma que, como copos de nieve, cae en nuestros rostros, brazos, calvas y cabellos, dejándonos decorados con una peste cristal de pintas blancas. Y trece minutos después es el éxtasis, la alegría desbocada, la pasión desenfrenada, ante la espectacular arremetida de la albiceleste y que Di María concreta en un nuevo gol. Otra vez la espuma y una humareda celeste y blanca se eleva desde el suelo, desde un artefacto accionado por uno de los hinchas, Se vislumbra la cercanía de la Copa Mundial, Jun por poco le saca hilachas a la camiseta, que ahora es una bandera que ondea, que se agita en el aire por 15 minutos más, cuando los rostros se distienden al finalizar el árbitro la primera etapa. Restan 45 minutos. La nada misma. Pero a veces la nada se estira como un elástico y agrega minutos proporcionales a las ansias. Es el tiempo que se hace eterno. La hinchada, entusiasmada, todavía no asimila la facilidad con que se ha dado este triunfo pasajero, acostumbrados a conseguirlos con cuotas de sufrimiento. Lo dicen, es su karma, y se aprestan entre cervezas y conversaciones, para el segundo tiempo, que comienza tal cual el primero, con Argentina jugando a gran nivel, tocando, creando peligro; los minutos transcurren, la copa se acerca, quedan treinta minutos, veinte, quince; los minutos, los minutos que martirizan y corroen las entrañas, y quedan diez, cuando sobreviene un error en la retaguardia de Argentina, que lleva a un innecesario penal que el astro francés Mbappé convierte con maestría. Los rostros atribulados de nuestros amigos, de jóvenes niñas que miran con desconcierto, de mujeres que abrazan a sus hijos, se convierte en anonadamiento, en un golpe artero que provoca un mal presentimiento, golpe que no se alcanza a digerir, pues un minuto después, en una jugada de gran nivel, el mismo Mbappé empareja con un golazo el marcador. Y ahora es llanto, desconsuelo. Nadie lo puede creer, a diez minutos del término la copa era argentina, a ocho minutos, ya no les pertenece, y esa tensión la acusan los mismos jugadores, ante una Francia que quiere remachar el partido. De ese modo, el pitazo final que da paso al alargue, se recibe con alivio. El fútbol es así, el fútbol es así. La consabida frase. Nunca hay que dar un partido por ganado, ni por perdido. Y menos cuando se enfrentan dos grandes selecciones, cada una con méritos propios. En el breve intervalo para el segundo match de 15 minutos por lado, ya no hay nervios que aguanten, y la desesperación hace mella en todos los presentes. El rostro de Jun luce desfigurado, acaso lo remarcado de sus gestos en el momento del triunfo pasajero, hacen que, en este minuto, como en un juego de máscaras, esta nueva desconsolada expresión se exacerbe. Su sufrimiento es real, no es impostura, y son las contradicciones de la pasión las que se dibujan en su faz. Faz que retoma colores cuando, en una gran jugada, ya en el segundo alargue, a 12 minutos del definitivo final del match, Messi logra embocar. Es el triunfo, es la copa. Es alegría, descomunal alegría. Y tensión, y más tensión, y más, cuando a dos minutos del cierre definitivo, por la interposición de un brazo argentino en la trayectoria del balón dentro del área, el juez nuevamente cobra penal. Ya nadie lo cree. Otra vez la maldición. Otra vez el monstruo francés que no perdona. Un crack. Y la desazón, cuando ya no queda nada. Pero queda. Muchos dan la espalda al televisor, se toman las cabezas con sus manos, hay lágrimas en sus ojos. Último minuto, y en otra gran jugada, Kolo Muani, jugador francés, enfrenta sólo al Dibu Martínez. Es el fin, el abismo que se abre. Los más voltean la vista, pero ocurre el milagro, lo que era un gol seguro, la copa para Francia y el fin del sueño, el gran arquero lo impide con un despeje fenomenal, y en la contra, rápida y bien hilvanada, cuando aún no se asimila lo recién sucedido y los músculos de la hinchada permanecen contraídos, Lautaro Martínez pierde la oportunidad de liquidar. Ya nadie entiende. La báscula de los sentimientos no sabe si reír por la atajada de Dibu, o sufrir por el contragolpe que no terminó en gol. La báscula finalmente se estabiliza en el medio. El árbitro pita y el partido acaba. Argentina 3-Francia 3. Hinchas en el suelo, de rodillas, descompuestos por las emociones. La mirada desencajada de Jun navega en otras dimensiones, tal vez en la soledad de la montaña donde vive. Los tucumanos piensan en sus horas y horas de cosechar cerezas, y en el premio a su esfuerzo que es la copa mundial, mientras Carlos se lamenta de no tener una línea, que aplacaría la desazón del momento. Pero la realidad es ésta. Definición a penales, una lotería. Ya no hay posibilidad de empate. Uno de las dos selecciones se alzará con el triunfo.
El fútbol. Pasión de multitudes. Para algunos un deporte que enajena al ser humano. Puede ser. Un deporte instrumentalizado por el poder económico, que mueve millones como bofetadas a las miserias del mundo. Un deporte del que viven centenares de periodistas o ex futbolistas pontificando sus propias verdades en la televisión o en la radio en irrisorios ejercicios del ego, cuando la mayoría profiere meras sandeces. Un deporte que crea gurús o filósofos de lo banal. Pero de que es un deporte que abre compuertas a lo impredecible, con atisbos de magia y evidente seducción, que estandariza las diferencias sociales a la hora de apoyar a un club o a alguna selección, que es transversal en géneros y edades, no quedan dudas.
Y son niñas, niños, mujeres y hombres, los que dentro y fuera del bar se entregan cada uno a sus cábalas, creencias, rogativas, para incidir como una fuerza invisible en el triunfo argentino. Dos chicas de unos 15 años rezan arrodilladas; Carlos, en cuclillas, desea que la línea blanca se vulnere sólo para el arquero francés, Jun es un manojo de nervios crispados. Es ahora o nunca, a pesar de que los fantasmas de los penales perdidos en instancias definitivas desfilan en las mentes de los hinchas. La tanda de penaltis comienza para Francia con el indomable Mbappé, que vuelve a batir a Dibu, que alcanza a manotear el balón, no así para impedir el tanto. Messi con jerarquía hace lo propio con Hugo Lloris, el guardameta galo. Y otra vez Dibu se viste de héroe, al contener el disparo de Coman. Y luego de marcar Argentina, otro penal errado por los franceses. La copa está ad portas. Pero ya nadie quiere adelantarse a celebrar. Un francés marca, y es Montiel el encargado de definir, y lo logra. ¡Argentina Campeón!
Lo que viene es una explosión de júbilo y otras expresiones emocionales donde las palabras quedan cortas. Argentina es el nuevo campeón del mundo. Las imágenes hablan.
Luego de permanecer y compartir los entretelones que finalizan con Messi levantando el máximo trofeo del fútbol mundial, dejamos a los amigos del bar con sus llantos que no cesan, y enfilamos rumbo a otras calles. En Sarmiento una masa humana se dirige hacia San Martín. Llegamos hasta esta avenida que ya ha colapsado con alegres grupos que manifiestan de mil maneras su regocijo. Los vendedores de camisetas, gorros y vuvuzelas se afanan en vender sus productos, que obviamente por la coyuntura han subido de precio – el alza del costo de la vida-, las caravanas de vehículos son desviadas por rutas pre establecidas por las autoridades. Son cientos y miles los mendocinos que desde sus barrios confluyen a la arteria principal. Evitamos esa marea de almas en fiesta y doblamos por Garibaldi; allí, un hombre que apoya su pie izquierdo sobre un cilindro de metal que delimita la vereda, con sus lentes de sol sobre sus cabellos negros, y una bandera albiceleste con la leyenda Vamos Argentina puesta al revés colgada de su cuello, observa con mirada extraviada. En ese momento se acerca otro hombre, mínimo de estatura, pero grande en experiencias y espíritu amistoso, se llama José Chingal y nos cuenta que es de Trujillo, Perú. El diálogo prende de inmediato. – Estuve en tu ciudad hace poco. Los territorios de Aia Paec, el dios de los mochicas- le digo. José sonríe, con cara de no entender la alusión. Cuenta que salió a los 18 años de su tierra y recaló en Mendoza, añade que ahora tiene 42 años, que le ha costado, pero que ha progresado en su tierra adoptiva. Luego de años ejerciendo trabajos de temporada, ahora ocupa un cargo administrativo en la agro industria, y está feliz con lo que gana, pues le basta para un vivir tranquilo. Nos pide que le hagamos llegar el reportaje y las fotografías, y luego nos despedimos con un abrazo.
Nos vamos alejando de la multitud que sigue encaminándose hacia el centro de la ciudad. Ha sido una jornada intensa, plena de emociones y rica en experiencias. No hemos comido, pero los restoranes aún no abren luego del paréntesis mundialero. Nos armamos de paciencia mientras circulamos por calles y calles atestadas de gente. Finalmente, cuando ya asoma el atardecer, podemos sentarnos en un local que ha abierto sus puertas, y ansiosos esperamos el urgente pedido, la clásica milanesa mendocina.
V Recorrido gastronómico y el BIM-5. Un alucinante fin de viaje
El lunes, cuando hemos salido a recorrer, ya se ha agotado el principal periódico deportivo. El campeonato obtenido es tema recurrente en cada esquina, café o negocio. Las sonrisas y el buen humor abundan. Abordamos el Metrotranvía y nos dirigimos al Maipú, departamento de Mendoza, allí, le hacemos el quite al calor en una cafetería. Recorremos sus calles, antes de volver a Mendoza centro en el mismo tren. En vísperas de navidad, el mejor regalo para el pueblo argentino ha sido el título mundial. La televisión una y otra vez repite los entretelones de la gran final, y la atención está puesta en cuándo arribará la selección a Buenos Aires, pues como es obvio, el pueblo bonaerense se apresta a acudir en masa a recibir a los campeones. En la noche, las pantallas muestran a miles de personas esperando expectantes a la salida del aeropuerto de Ezeiza, en la capital, pero la selección no llega, hecho que ocurre recién en la mañana siguiente.
Es martes, al poco andar nos vamos enterando de la apoteósica bienvenida a la selección. Abordamos nuevamente el tren, ahora en sentido contrario, hacia el Departamento de Las Heras. Allí recalamos en la cafetería La Martina, donde nos servimos un desayuno tradicional; jugo de naranja, café y tostadas con lácteo y mermelada y la infaltable medialuna. En todos los locales en los cuales hemos consumido, nos ha llamado la atención la cantidad de personas que atienden, mucho mayor de lo que se ve en Chile.
En la tarde, de regreso a Mendoza centro, continuamos nuestra ruta gastronómica, y paramos en una de las pizzerías más antigua en la calle Lavalle, la Pizzería Capri, un local en dos niveles siempre atestado de comensales, y donde degustamos una espectacular pizza de anchoas. Arrebatados por los dos trozos consumidos, y ya cansados con el continuo trajinar desde que llegamos siempre con una alta temperatura ambiente, por primera vez nos damos un descanso y capeamos el calor en el hostal, entregándonos a una reparadora siesta. El día siguiente es el regreso y, cómo debe hacerse cuando se visita el país hermano, al salir en la tarde, nuestra mente está puesta en el clásico de clásicos. El bife chorizo. La televisión aún emite las imágenes de Buenos Aires. Cinco millones de personas en las calles para vitorear a su selección que se traslada en un bus, con el evidente colapso de sus vías, lo que hace que los jugadores deban ser evacuados finalmente…en helicópteros. Es la nota curiosa del fin de una historia que los argentinos difícilmente olvidarán.
Ya con el bife chorizo devorado, en un restorán de Sarmiento, y de enterarnos por boca de Angélica, la chica que nos atendió, que la mayoría de quienes trabajan en restoranes en el concurrido bulevar, lo hacen sin contrato ni sueldo base, sino ganando un 7% de las ventas realizadas en forma individual, más las propinas, nos damos cuenta de la verdadera génesis de la gran cantidad de personal, y de su difícil lucha por la sobrevivencia, pues los más de los sitios gastronómicos, no todos, ejercen este sistema.
Es cerca de medianoche, enfilamos hacia el hostal, no sin antes entusiasmarnos con un cucurucho doble de helado mendocino. Un deleite, pues si otra tradición reina en Mendoza, es la de las heladerías que, con sus vistosas y coloridas vitrinas, constituyen una tentación permanente. Saciados hasta el hartazgo, y ya con necesidad de dormir, en la esquina de Sarmiento con 9 de julio un hombre nos habla, y para nuestra sorpresa, nos damos cuenta que se trata de Mendocita Muzzarella, el de la primera noche, el que lleva, algo lógico, su colación nocturna, una caja familiar de pizza. Nos habla.
-Son ustedes. Los chilenos. ¿Políticos, cierto?
Al hombre parece no importarle el tema futbolístico, y dirige la conversación hacia el tema de las Malvinas.
-Les conté que soy veterano. Un sobreviviente de las Malvinas, ¿cierto?
-Si. Lo dijo-respondo-. Lo que no ha dicho es cuál es su nombre.
El sujeto sube su barbijo ante mi acercamiento y retrocede.
-No lo puedo decir. Deben comprender. Los que estuvimos en la guerra estamos controlados, nos debemos al ejército. No podemos hablar de los hechos que realmente ocurrieron.
-Pero que ocurrió, realmente. Usted nos habló del BIM-5.
-Sí. Era bravo el BIM-5. Los ingleses pensaban que las iban a tener fácil. Y no olviden que fue un batallón de soldados chilenos los que guiaron en nuestro territorio a los gurkas, que fueron carne de cañón de los ingleses, los mandaron al matadero.
-Pero yo leí alguna vez que los gurkas fueron feroces con los muchachos argentinos.
-No fue así. Nuestro BIN-5 destrozó a los gurkas, y murieron cerca de 19 soldados chilenos.
Esta última frase no deja de provocarme ruido. Recordé un día de noviembre en Valparaíso, durante el estallido social. Luego de una marcha camino en solitario por Freire hacia Errázuriz, cuando un individuo de mediana estatura, algo regordete y con rasgos indígenas, que va por la vereda del frente cruza y me encara. El hombre expele un evidente hálito alcohólico, y a todas luces su actuar refleja su desconcierto ante la revuelta social que llevaba entonces veinte días. Sus reflexiones, incoherentes algunas, van y vienen. Me mantengo expectante, pensando en alguna reacción violenta del sujeto, el que a todas luces manifiesta animadversión hacia quienes se manifiestan. Luego se identifica como ex infante de marina, y trata de darse pergaminos con una historia que se remonta a la guerra de las Malvinas. -Nosotros ayudamos a los ingleses, no quedaba otra. Si no eran ellos, la guerra era contra nosotros-, confesó suelto de lengua-. Yo soy veterano, me correspondió junto a mi brigada adentrar a los gurkas, que habíamos alojado en el Fuerte Bulnes, hacia territorio argentino. Conocía yo muy bien esos parajes, y por eso fui designado para la peligrosa misión- terminó explayándose el hombre que pronto reculó, ante mi intención de que precisara mejor esos supuestos hechos.
– ¿Son comunistas, ustedes? ¿Políticos?
La pregunta de Mendocita me saca de mi remembranza.
-Deben saber que se dicen muchas falsedades de nuestras fuerzas armadas. Es mentira esta democracia, la inventaron los políticos que prepararon todo para adueñarse del país, partiendo por ese desgraciado de Alfonsín, y para eso culparon a nuestros hombres de atrocidades cometidas contra nuestro propio pueblo.
-Pero hay crímenes que están comprobados, le retruco suavemente.
– Es mentira. Todo es mentira. En el ejército y otras ramas armadas se enseña a respetar al enemigo. Debo decir que yo mismo respeto mucho a esos jóvenes que tomaron las armas para cambiar la sociedad. Eran idealistas y luchadores, como nuestros propios hombres. Los verdaderos asesinos son los políticos que tomaron el poder. Ellos los mataron, nos usaron a nosotros.
-Pero…
No alcanzo a hablar. Mendocita está desatado.
-Si alguno de nuestros hombres hubiera realizado alguna de esos crímenes, ¡es un traidor! ¡Una bestia! Ajena a nuestros valores. Pero no es así-, vocifera el veterano más que exaltado, mientras mueve su caja familiar de pizza con las dos manos de arriba abajo y viceversa. Entendemos que es el momento de retirarnos, que no hay nada más que conversar. Nos quedan mundiales todavía, eso esperamos, y hay que volver a Chile. Por nuestras mentes cruzan los recuerdos de aquellos veteranos yanquis de Vietnam o Afganistán que de pronto enloquecen y que han realizado grandes matanzas.
No vaya ser que nuestro sobreviviente abra la caja de pizza, y en vez de la muzzarella saque una metralleta y comience a disparar.
Reporteros que arrancan, sirven para otro Mundial.
Nelson Paredes (textos) Juanriflo (fotos)