Un aspecto que se desprende de la relevancia filosófica del material exhibido en los festivales “Cine Otro”, concierne al devenir del entendimiento del concepto de cine político. Por “relevancia filosófica” se entiende aquí la remisión de obras, documentos, testimonios, lenguajes, discursos e imágenes no filosóficos en principio, a concepciones filosóficas ya estructuradas y maduras, o vestigios de éstas. Pero también se refiere a los elementos ofrecidos por dichas manifestaciones y plasmaciones del pensamiento, entre otras, para estructurar una nueva concepción filosófica, o un mejor entendimiento de alguno de sus elementos.
La expresión “cine político” se postula como una ampliación del entendimiento del concepto al que dicho término se refiere, a lo menos, respecto de su uso en las décadas de 1960 y 1970. Entonces, era entendido como un instrumento de la revolución, de denuncia con el fin de provocar la movilización política y social de los oprimidos, y como promotor de formas de lucha radicales, en vistas a la instauración de un nuevo orden que aboliera la dominación capitalista e imperialista. Tal es el caso de los trabajos del italiano Guillo Pontecorvo (1919-2006), o del cine militante de Raymundo Gleyzer y Cine de la Base, de Argentina, entre otros.
El cine político o de intervención política, cine militante y social, desarrollado en Latinoamérica durante las décadas de 1960 y 1970, estaba indisolublemente unido a su contexto histórico, marcado por la opresión. Su objetivo principal era abrir perspectivas para la liberación, entendida en términos de la creación de una cultura nacional propia y descolonizada, que sirviera de fermento para movimientos revolucionarios que rompieran los lazos de dependencia y colonización, no sólo políticos sino también culturales.
Tal vez, actualmente la expresión “cine político” pudiera tener una connotación peyorativa, o ser considerada anacrónica, habida cuenta del devenir de la historia política contemporánea, sobre todo a partir del término de la Guerra Fría, a fines de la década de 1980. El exigente peso ideológico que el cine político tuviera en las décadas de 1960 y 1970, plasmado en sus debates y documentos, así como la experiencia y los proyectos implicados en él, mirados en retrospectiva, han sido, en no pocos casos, considerados como testimonios de una cruenta derrota, cuya discusión aún permanece abierta.[10]
Pero la expresión “cine político” continúa siendo pertinente en la época actual, si se la aplica al tratamiento cinematográfico del problema de las relaciones de dominación, en sentido amplio. Pues éstas no han desaparecido. En cambio, sus formas de manifestarse se han ido refinando cada vez más, lo cual exige otro modo de abordarlas. Éstas han pervivido no sólo a través de las desigualdades sociales, destructivas por sí mismas, sino también a través de la guerra psicológica, presente desde el principio del proceso de liquidación de la Unidad Popular. Dicha guerra psicológica fue largamente desplegada durante la dictadura, pero durante la postdictadura ha continuado de otro modo. Primero, a través de los obstáculos que dificultan las investigaciones acerca de los crímenes de lesa humanidad cometidos en Chile, como la desaparición forzada de personas y la tortura. Y, segundo, a través de la impunidad, sobre la base de la negación de la verdad y la denegación de justicia, como prolongación de tales crímenes. Estos problemas pendientes, cuyo alcance más profundo es aún difícil de elucidar, se han visto enfrentados a un sostenido proceso de despolitización, en el sentido de la inducción de una imagen de los mismos, por parte de las instituciones del Estado chileno, como situados al margen del modelo neoliberal.
El objetivo de la construcción de dicha imagen es, en principio, desrealizar los crímenes de lesa humanidad y sus implicaciones sociales y culturales y, en último término, destruir la posibilidad misma de ampliar la conciencia mediante la reconstitución de la memoria histórica y política en torno a ellos. Por el contrario, las exhibiciones de los festivales “Cine Otro” contribuyen a ampliar la conciencia y el entendimiento de los conflictos políticos que afectan tanto a Chile como a otros países del mundo, observando las relaciones entre ellos. La posibilidad de acceder a un mejor y más amplio entendimiento de dichos conflictos, entre otros, para profundizar en una conciencia acerca de la barbarie inherente al modelo neoliberal en todos sus niveles y desde su fundación, posee un sentido político, principalmente en lo que se refiere a las formas y relaciones de dominación que lo constituyen.
Los festivales “Cine Otro” permiten apreciar, mediante una visión de conjunto, una serie de asuntos, conflictos y formas de presentación de los mismos que, fuera de este espacio, sólo pueden ser percibidos por separado, de modo esporádico, fragmentario, y sin un contexto intelectual adecuado que permita dimensionar la importancia y trascendencia de su tematización a través del cine. De dicha visión de conjunto, se desprende una ampliación del entendimiento del concepto de cine político. Éste abarcaría no sólo trabajos que ofrecen elementos para el desarrollo de discusiones ideológicas y filosóficas en torno a una acción y un cambio revolucionarios, desde la tradición marxista de la filosofía, como en las décadas de 1960 y 1970. También abarcaría discusiones y debates en torno a otras posiciones y formas de entender, entre otros, los movimientos sociales, la resistencia, los procesos de lucha política y social en el curso de la historia y en diferentes culturas, la reconstrucción de la memoria, la búsqueda de la verdad y la justicia, y la defensa de los derechos humanos en la época actual, marcada por la globalización, la transnacionalización, y la expansión de las tecnologías y la comunicación digitales, bajo la égida del neoliberalismo.
Ahora bien, el valor del cine político así entendido estaría también determinado por el rigor que exige el tratamiento de los asuntos que aborda desde el lenguaje cinematográfico. Es, pues, necesariamente un cine argumentativo, que exige solidez, consistencia y consecuencia. Esto es, una investigación, una documentación y un estudio a fondo, a partir de los problemas formulados por el realizador frente a una determinada realidad. Y un sentido de la responsabilidad respecto de la elaboración del discurso, y de los compromisos intelectuales, filosóficos y políticos que sustentan la obra en todos sus aspectos. Así, un cine político profundo implicará una consciente posición del autor, quien deberá hacerse cargo de lo expresado y presentado en su trabajo. Su perspectiva y visión de mundo quedarán necesariamente expuestas a la discusión, la problematización e, incluso, la polémica, por tratarse de un pensamiento referido a asuntos que cuestionan el estatuto de lo humano de un modo radical, y debido al carácter no conclusivo inherente a la búsqueda de la verdad. Más aún, considerando que, además de sus limitaciones intrínsecas, dicha búsqueda ha sido obstaculizada de modo deliberado y perverso en lo concerniente a los crímenes de lesa humanidad y la impunidad de sus agentes. Por lo tanto, el cine político, en cualquiera de sus manifestaciones actuales, exigirá una capacidad perceptiva lúcida y resistente, unida a un alto sentido moral y de la responsabilidad intelectual y social. Y, por último, una permanente confrontación del realizador consigo mismo, en vistas a resistir los embates de la guerra psicológica.
A través de los festivales “Cine Otro”, el Colectivo Cine Forum ha declarado su adhesión a la defensa de la doctrina de los derechos humanos, como línea central de su concepción política. Y ha ofrecido una posibilidad, abierta a la comunidad, de pensar cuestiones como la memoria histórica, la impunidad y los movimientos sociales, entre otras, en los ámbitos nacional e internacional, a partir de sus exhibiciones, cuya relevancia para la cultura cinematográfica, la formación valorativa, intelectual y política, la educación en general, la ampliación de la conciencia, y la valoración de la historia de la opresión y lucha de los pueblos del mundo como parte fundamental de su patrimonio, ha sido poco considerada y valorada.